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NUESTROS ORÍGENES:

"... junto a la fuente, en el Monte Carmelo ..."

(Prólogo de la Regla)

"los traeré a mi monte santo,

y los llenaré de alegría en mi casa de oración;" 

(Isaías 56, 7)

 

Nuestra Orden nació en el Monte Carmelo (Palestina), lugar que en la tradición bíblica y patrística evoca fecundidad, belleza, generosidad y abundancia de gracia, y que marca nuestra espiritualidad, es como un sello de identidad.

Los carmelitas recibimos así, el nombre por el que somos conocidos, de la Santa Montaña que está en nuestros orígenes, donde se establecieron los primeros hermanos junto a la fuente de Elías, en torno a una pequeña capilla que fue dedicada a la Virgen María, la Señora del Lugar. De aquí nace la inspiración eliana-mariana del Carmelo, profundamente bíblica, que es considerada junto a la Regla como la más preciosa herencia que nos dejaron nuestros padres (Cf. Constituciones 81). Ellos no aparecen citados en el texto de la Regla, pero están ligados a los lugares santos que habitaron nuestros padres del Monte Carmelo, y su influencia es determinante en nuestra espiritualidad.

Los primeros carmelitas eran convertidos, peregrinos y penitentes provenientes de Europa llegados a la Tierra del Señor en el tiempo de las cruzadas. Ellos bajo el impulso del Espíritu Santo se sintieron llamados a dedicar su existencia a la conquista de la "tierra santa" de las almas con el poder invencible de la oración, y a finales del s. XII se establecieron en el Monte Carmelo con este fin. Entre 1206 y 1214, buscaron la aprobación de la Iglesia acudiendo al Patriarca de Jerusalén San Alberto, que les entregó la formula vitae, escrita en forma de carta, que posteriormente sería reconocida por la Santa Sede en 1226 por el papa Honorio III y aprobada definitivamente como Regla por el papa Inocencio IV en 1247.

 

“Todos los que vestimos este sagrado Hábito del Carmen

somos llamados a la oración y contemplación,

porque este fue nuestro principio, de esta casta venimos,

de aquellos santos Padres del Monte Carmelo,

que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo,

buscaban este tesoro, esta preciosa margarita ...”

(Sta. Teresa de Jesús. Moradas V, c.1, 3)

 

La Regla establece un camino lleno de sabiduría para “vivir en obsequio de Jesucristo” a semejanza de la primitiva comunidad de Jerusalén -en la cual se inspira-, en un ambiente contemplativo, donde la Palabra de Dios y la Eucaristía son el centro de la fraternidad.

 

La Sagrada Escritura atraviesa la Regla que, en su brevedad, es un mosaico de citas bíblicas, y nos exhorta a vivir una vida evangélica nacida de la escucha y meditación continua de las Sagradas Escrituras, donde la Eucaristía tiene una importancia vital, y la comunión de bienes, la corrección fraterna, la soledad, el silencio, el trabajo, las armas espirituales, el ayuno y la abstinencia, fortalecen el espíritu del carmelita en el combate espiritual que ha de librar para mantenerse fiel a Cristo obediente, pobre y casto. Es una Regla muy divina y humana. Asequible a toda clase de personas que se sientan llamadas al Carmelo con la gracia del Espíritu, en los distintos estados de vida.

Durante más de 800 años la Regla ha llamado a los carmelitas a revestirse de la Palabra de Dios. El texto de la Regla no contiene toda la espiritualidad carmelita, pero es la fuente de la cual ha brotado, ya que en ella se contienen los elementos esenciales del carisma. Estos han sido enriquecidos por la vida de los hermanos y hermanas que nos precedieron, sobre todo, a través de nuestros santos.

Dentro de la Familia del Carmelo, nosotras las monjas carmelitas hacemos presente el ideal puramente contemplativo con que nació la Orden y somos un recordatorio luminoso para todos de la necesidad de custodiar en la propia vida este aspecto esencial, corazón de nuestro carisma. Nuestras Constituciones son expresión actualizada y desarrollada de este ideal, que somos llamadas a vivir con generosidad y fidelidad, como testimonio de amor y obediencia a Dios amado por encima de todo, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser (Cf. Mc. 12, 30, Regla [19])

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